Buenos Aires en invierno>
«No hay épocas de decadencia. De ahí que toda ciudad sea bella», Walter Benjamin, 'Libro de los pasajes'Cada viajero que llega a una ciudad ve una ciudad distinta . Si nunca antes la pisó ni supo de ella, es ese desconocimiento el que le otorga el resplandor y la profundidad a su visión. Si ya la recorrió antes, al contemplarla de nuevo es el recuerdo el que le presta una mayor densidad a sus impresiones. Si a esa memoria previa el viajero le suma el peso de lecturas que lo marcaron, desde antes de transitar por sus calles o por añadidura, lo que registra su mirada, el filtro bajo el que examina cuanto se ofrece a sus ojos, desde los transeúntes hasta el asfalto o los edificios, es esa mezcolanza de lo vivido y lo leído , que se superpone a la realidad percibida y la ilumina o la desfigura, quién sabe.A Buenos Aires viene uno siempre en su invierno , que es el verano del hemisferio norte. Quizá por eso percibe, ya desde la primera vez –y van media docena– una suerte de melancolía perpetua, hecha de cielos a menudo grises, viento frío que dobla las esquinas y el horizonte de un Río de la Plata que oscila entre el acero y el azul con tendencia al predominio del primero. En julio de 2023, en cambio, el tiempo resulta inusualmente cálido, casi primaveral. La melancolía asoma en las conversaciones con los viejos conocidos: las cosas no van bien, coinciden casi todos, y cuando se les pregunta que cuándo no estuvo Argentina en crisis –al menos uno no recuerda haberla visitado en tiempos que no fueran de alguna dificultad existencial– responden que ahora es distinto, que esta vez pinta que puede ir muy a peor. Alguno, incluso, llega a decir que se marcharía si pudiera. MÁS PASAJES DEL XXI noticia Si Marrakech en español noticia Si Tres días en Pekín noticia Si Con Franz en la muralla noticia Si Los secretos de CáceresEvocar este viaje un año después da pie al cronista a tener por ratificados tan sombríos augurios. Lo que muchos de esos interlocutores temían se ha cumplido: un político estrafalario, cuyos principales recursos retóricos son gritar la palabra carajo con voz ronca y blandir una motosierra, ha accedido aupado por el voto popular a la primera magistratura del país y las calles de Buenos Aires arden en las protestas contra sus controvertidas reformas. Entre ellas, una demolición del sector público cultural que proporciona a Argentina una buena parte de su envidiable músculo intelectual, uno de los temores que le expresaban al viajero sus interlocutores. Aunque también hay que anotar que no falta entre sus conocidos quien da los recortes por buenos, tras los excesos clientelares de los gobernantes precedentes. Si algo puede concitar alguna unanimidad entre los argentinos es que se los ha mal gobernado tanto a diestra como a siniestra. Los que la escribenEl tiempo dirá si las desmedidas promesas que justifican los inclementes hachazos de hoy se confirman. Entre tanto, la memoria regresa a ese Buenos Aires agasajado por la benignidad de una templanza extemporánea, y al paseo que va de los libros a los libros. Si una ciudad tiene quien bien le escriba, y quien bien la lea, acumula bazas para ingresar en la eternidad, o al menos en esa aproximación –siempre precaria y provisional– que conoce y concede la experiencia humana. Camina uno por Corrientes, por Avenida de Mayo o por la calle San Martín, y le salen al paso los fantasmas de Jorge Luis Borges , Juan Carlos Onetti –uruguayo que escogió para alguno de sus relatos estas mismas calles– o Ernesto Sabato. Entre las lecturas siempre se establecen preferencias, que dependen no tanto de la excelencia de la pluma que las propicia como de las conexiones que quien lee encuentra desde su sensibilidad particular con quien escribe. Por eso, sin ignorar la prosa diamantina de Borges ni tampoco la oscuridad apabullante de Onetti, al caminante le asalta en la plaza San Martín el recuerdo de que allí es donde Juan Pablo Castel se obstina en verse con María Iribarne, esa mujer a la que ama ciegamente sin comprenderla y a la que acabará dando muerte en el atroz final que Sabato le imaginó a 'El túnel'. Arriba, el cruce de las avenidas Santa Fe y Callao. Abajo a la izquierda, Librería Libros del Pasaje, en el barrio de Palermo, que incluye un acogedor café. A la derecha: mural con la imagen de Ernesto Sabato en Santos Lugares. LORENZO SILVAEn sus sucesivos viajes ha constatado el viajero que hay como un cierto desdén a la memoria de Sabato en los medios culturales argentinos. Paga tal vez por un cúmulo de faltas, a los ojos de quienes hoy le juzgan y desacreditan, pero acasosean las principales su repudio del preciosismo, tan querido a cierta élite que marca el gusto literario a orillas del Río de la Plata, y su mirada siempre amarga y poco complaciente hacia los suyos. Allí donde Borges esquiva el problema y traza una metáfora excelsa, Sabato se remanga y se mete en el barro, de donde sale siempre con a...
https://www.abc.es/cultura/buenos-aires-invierno-20240630184518-nt.html
Comentarios
Publicar un comentario