¿Por qué tenemos huellas dactilares y para qué sirven realmente?

¿Hay algo más representativo de ti mismo que tu huella dactilar? Algo tan simple como posar tu dedo sobre un vidrio, sería suficiente como para que pudieras ser identificado. Y es que, en nuestro día a día, esas curvas diminutas que decoran la punta de nuestros dedos, son asociadas casi exclusivamente con la identificación personal: detectives, escenas del crimen, pasaportes, sensores biométricos… Son conceptos que te suenan, ¿verdad?

Pero lo cierto es que nuestras huellas no evolucionaron para ayudar a los especialistas a resolver crímenes, ni tampoco para ayudarte a desbloquear tu teléfono. De hecho, lo que hoy es usado como una herramienta forense o tecnológica, en realidad, tiene un origen mucho más relacionado con la forma en la que interaccionamos con el mundo: es un recuerdo que nos ha dejado la evolución.

UNA FIRMA DE ANTES DEL NACIMIENTO

Aunque parezca increíble, las huellas dactilares empiezan a formarse cuando todavía nos encontramos dentro del útero materno, entre las semanas 10 y 15 de gestación. Y, efectivamente, una vez que se forman nunca cambian. Incluso si sufrimos heridas, si nos quemamos o si las cubrimos con cicatrices, estas tienden a regenerarse con la misma forma original, generando unas huellas únicas e irrepetibles – sí, incluso entre gemelos idénticos.

Pero lo más sorprendente de todo es cómo se crean. En ello intervienen factores que incluyen desde la posición del feto, el flujo de líquido amniótico o la presión que recibe la piel. Es decir, se trata de una curiosa combinación entre lo heredado y lo aleatorio que logra generar patrones completamente personales e identificativos.

Pero, ¿por qué tanto esfuerzo en crear algo tan complejo y singular? Pues bien, la naturaleza rara vez gasta energía en estructuras que no tienen una función importante… Y las huellas dactilares, como es lógico, no iban a ser diferentes.

EL AGARRE PERFECTO

Y si te estás preguntando cual es la importantísima función que poseen, solo tienes que imaginarte en la siguiente situación: tratas de abrir una botella con las manos mojadas. En principio, aunque se te resbalaría un pelín, no habría problema, ¿verdad? Pues bien, sin huellas, tu piel sería tan lisa como el cristal. Y, en definitiva, todo se te escaparía de las manos.

Así, las huellas dactilares consiguen aumentar la fricción entre nuestros dedos y los objetos, permitiéndonos sujetarlos con firmeza, incluso en condiciones donde acecha la humedad o las condiciones poco favorables. Las crestas actúan como si fueran pequeños canales que desvían el agua, igual que la banda de un neumático, evitando que se forme una película entre la piel y la superficie y mejorando el agarre.

Se trata de un diseño muy simple que, al mirar con perspectiva, nos ha ayudado durante miles de años a trepar, recoger frutas y fabricar herramientas sin problema. De hecho, algunos primates también tienen huellas similares a las nuestras, lo que refuerza que se trata de una ventaja adaptativa. Al final, para una criatura arborícola, la capacidad de aferrarse a ramas mojadas de manera efectiva podría ser la diferencia entre la vida y una caída fatal.

LOS DEDOS TAMBIÉN 'OYEN'

Pero la función de las huellas no se queda ahí. Otra labor menos evidente, pero igual de importante, es la de la amplificación sensorial. Es decir, las crestas dactilares son capaces de mejorar la percepción del tanto, permitiendo así que el cerebro registre con mayor detalle las texturas, las vibraciones y las formas de los objetos.

Por ejemplo, cuando pasamos los dedos por una superficie que es rugosa, esas crestas generan microvibraciones que son detectadas por los mecanorreceptores que hay justo debajo de la piel. Es decir, es como si las huellas actuaran como antenas, traductoras del mundo físico que envían información al cerebro para que este la interprete. Gracias a ellas podemos sentir con los dedos la diferencia entre papel liso y papel reciclado o notar una grieta diminuta en una pared.

Incluso, en las personas ciegas se trata de una habilidad mucho más elemental. El sistema de lectura Braille se baja justamente en esa sensibilidad táctil. Y, sin huellas, leer con los dedos sería casi imposible. Nuestros dedos no solo tocan: escuchan el mundo, y las huellas son el canal esencial que permite esa comunicación.

https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/por-que-tenemos-huellas-dactilares-y-para-que-sirven-realmente_25223

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