Stapp: el físico que se disparó a sí mismo para comprobar su teoría

¿Te imaginas subirte a un trineo con cohetes pegados a los costados, sabiendo que en cuestión de segundos alcanzarás una velocidad mayor que la del sonido… solo para frenar bruscamente y descubrir si tu cuerpo puede soportarlo? ¿Y te imaginas repetirlo una y otra vez, siempre por decisión propia?

Pues esa fue parte de la vida de John Paul Stapp, el hombre que llevó su cuerpo al límite para salvar a otros. Médico, físico y un auténtico temerario, Stapp desafió las leyes de la física para resolver una simple pregunta: ¿cuánto puede resistir el cuerpo humano antes de romperse?

EL HOMBRE MÁS RÁPIDO SOBRE LA TIERRA

Nacido en Brasil en 1910 y criado en Texas, John Paul Stapp fue un gran estudiante con una vocación muy clara: la de convertirse en un médico de prestigio. Sin embargo, el destino tenía otros planes para él: a pesar de graduarse en Medicina como un alumno sobresaliente, Stapp pronto se unió a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en plena Segunda Guerra Mundial. Y, a pesar de que su intención era dejar el puesto una vez terminado el conflicto, pronto descubrió un gran interés por algo que nadie estaba estudiando en profundidad: el efecto de la aceleración y la desaceleración extrema en el cuerpo humano.

Así, para entender cómo proteger a los pilotos y a los astronautas, Stapp ideó un experimento que, aun a día de hoy, podría considerarse como radical: subirse a un trineo impulsado por cohetes, acelerarlo a velocidades absurdas y, posteriormente, frenarlo en seco. Suena a locura, pero así fue. Y como no quería poner a nadie más en peligro, decidió que él mismo sería su propio conejillo de indias.

De esa forma, en diciembre de 1954, en una pista de pruebas en Nuevo México, Stapp rompió un récord mundial: alcanzó una velocidad de 1.017 km/h en apenas cinco segundos. Y lo más increíble: luego se detuvo en menos de dos. Es decir, su cuerpo soportó más de 46 veces la fuerza de la gravedad. Y, para que podamos poner esa cifra en contexto, los pilotos de combate tienden a experimentar hasta 9 veces esa fuerza antes de perder el conocimiento.

Retrato de Stapp en el año 1960

DOLOR, HUESOS ROTOS Y DESCUBRIMIENTOS

Por supuesto, las consecuencias de esto fueron brutales: Stapp perdió empastes, se le reventaron vasos sanguíneos en los ojos y sufrió contusiones por todo el cuerpo. Incluso, en una ocasión, quedó completamente ciego debido a la presión. Sin embargo, no se detuvo. Desde su punto de vista, cada prueba era una nueva oportunidad de obtener datos sobre cómo reaccionaba el cuerpo a esas fuerzas.

Y lo consiguió: sus estudios no solo revelaron que los límites humanos eran mucho mayores de lo que se creía, sino que también revolucionaron la seguridad en la aviación y el transporte en general. Gracias a sus pruebas, se mejoraron los asientos de los aviones militares, se rediseñaron cinturones de seguridad y se desarrollaron mejores sistemas de protección para los futuros astronautas de la NASA.

Secuencia de imágenes frontales de Stapp durante uno de los lanzamientos

De hecho, uno de sus mayores aportaciones fue la de demostrar que, efectivamente, los cinturones de seguridad tenían la capacidad de salvar vidas. Debemos pensar que se trataba de una época en la que estos apenas se usaban en los automóviles, por lo que Stapp se convirtió en uno de sus mayores defensores. A menudo afirmaba que el simple hecho de que él siguiese con vida era una prueba de los cinturones funcionaban.

EL CIENTÍFICO SIN MIEDO

Stapp creía firmemente en su método y en su forma de hacer ciencia: él mismo era su mejor experimento. Incluso, su fidelidad era tal que, a menudo, bromeaba con que su epitafio debería decir “Él probó todo en sí mismo, excepto la autopsia”. Y es que su compromiso ético era firme: si él no estaba dispuesto a vivir el experimento, no tenía derecho a pedírselo a nadie más. Por ello, se ganó el respeto, no solo de sus colegas, sino también de generaciones de pilotos, ingenieros o médicos que aplicaron sus descubrimientos para salvar miles de vida.

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